Sostener la sombra

Juan Daza Arévalo
4 min readMar 1, 2022

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Photo by Martino Pietropoli on Unsplash

Estamos diseñando y facilitando encuentros para celebrar la posibilidad, vivimos a diario reuniones y sesiones de trabajo con una sonrisa que nos hace ver oportunos, positivos, y llenos de palabras e imágenes optimistas. Creamos momentos para conectarnos seguros de estar cubriendo buena parte del guión que se replica en tiempos de crisis, donde el sentido escasea. Queremos que los retos y las estrategias estén alineados con nuestro propósito.

Y sin embargo, la sombra, que no necesita ser invitada, porque hace parte de esa luz que tanto invocamos, sigue presente. No queremos que se acomode entre nosotros el pesado y oscuro tono de la “realidad”, buscamos frenar el péndulo del “Antropoceno” o ralentizar ese contexto ambiental, sistémico y climático producto de nuestro impacto y consumos desbordados; la otra cara de ese día a día está presente, pero no atinamos a verla.

Oliver Sacks asocia ese fenómeno de no ver algo como grupo con el escotoma, una suerte de hiato al que recurre el cerebro de vez en cuando para borrar eso que molesta, incomoda o sobrecarga nuestra percepción. Por ejemplo, no hay pobres, son vagos que no quieren trabajar: la narrativa que borra lo que no estamos dispuestos a ver.

Hubo un tiempo en el que invocamos al centro de las conversaciones, al portador de noticias fastidiosas, las oscuras, las no-tan-buenas. El augur se asomaba con su interpretación de las señales porque su oficio era estar atento de los auspicios que estaba entrenado para leer. Puede que con el juicio de la historia y el peso de una ciencia reduccionista esa información parezca necia o producto de la ignorancia, pero para entonces no sólo era real, definía las decisiones de un Imperio. Hoy nos queda la herencia de ese oficio con expresiones como “buen y mal augurio”.

No podemos confirmar si el augur romano era un instrumento político o un lector e intérprete de los intersticios entre la naturaleza y nuestro impacto y acciones. Pero, en nuestro tiempo, los augures de hoy están armados de una ciencia que le apuesta a una lectura cada vez más amplia, holística, compleja y sistémica, interconecta e interdependiente. Otra cosa es que sus auspicios nos molesten. Estamos en camino de la extinción. Punto. Ese es el mensaje y sí, es un mal augurio.

¿Qué hacemos con esa información? Porque a ratos a mí me pesa el Caribe, y entre el baile seductor de las palmeras entregadas al viento, las aves que conversan en la madrugada, y la vegetación abundante que además alimenta, la voz del augur no es suficiente. “No nos podemos sacudir del placer” dice un amigo, y entre el hedonismo y las brigadas de la felicidad, las voces que nos hablan con la contundencia del peligro no son otra cosa que pesimistas que amargan el rato. Sus gritos no se oyen porque el Vallenato los tapa. O “le pertenezco a la cumbia”, como dice otra amiga.

Flavia Broffoni me hace sentir incómodo cuando habla de Extinción. Llego a pensar que el río que la rodea o la melancolía del sur la dominan y sus palabras están cargadas de un tritono que no resuelve y disonancias que no necesitamos. Porque lo que deberíamos estar oyendo son mensajes positivos, edulcorados, up-lifiting y energizados. De esos que encienden la imaginación del buen futuro y nos ayudan a digerir el siguiente documental o nos despiertan para conectarnos con el meme del oso que navega en un trozo de iceberg.

“Tendemos a pensar en “salvar el planeta” como en salvar ciertos elementos ecológicos icónicos: los osos polares, las ballenas jorobadas o los glaciares montañosos. La lógica prevalente es que la naturaleza está sufriendo y los humanos somos cómplices, luego, deberíamos actuar. Aunque en muchos sentidos se trata de un sentimiento, también puede darnos la sensación de que el problema está “ahí afuera” y no guarda relación alguna con nuestra vida cotidiana.” (Figueres y Rivett-Carnac, p. 25)

Flavia se mete entre las grietas, reservadas para esas luces que promete Leonard Cohen, y nos siembra el miedo suficiente para que la piel se despierte, así no se erice. Porque “el cerebro funciona con emociones”, dice; el cambio nos debe pasar por el cuerpo: vestido de angustia, con aliento de afán, como un golpe certero para que nos levantamos a actuar y hacernos cargo. Porque el futuro no está escrito y está bien hacer el luto desde ya con la imagen ideal, porque el tiempo que se asoma viene herido.

Un augur como Flavia, que descubrí gracias a las sesiones del PINE, tiene una plataforma para reconocer las palabras que necesitamos si queremos nombrar el colapso. Pablo Servigne, colapsólogo -que bien podría ser el nuevo oficio del augur-, dice “todas las crisis, brindan oportunidades”. Que sea esta la oportunidad de dejar descansar el culto a la felicidad y abrazar el miedo, así sea con un milonga de fondo o un reguetón, y sostener las sombras que son tan sabias.

Referencia:
Figueres, C. y Rivett-Carnac, T. (2020). El futuro por decidir. Chile. Debate.

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